sábado, 30 de julio de 2011

FOTO DE LA SERIE NEW MOTHERS DE RINEKE DIJSTRA


No hago fotos de gente que se cree guapa. No pueden sorprenderme"
FOTO DE LA SERIE NEW MOTHERS.
Rineke Dijkstra / Fotógrafa holandesa.

Esta es una imagen de la fotografa Rineke Dijkstra desde que la conoci la tengo presente, creo que es hasta el momento , de lo que vi , la imagen más representativa de nuestro genero, no por estar directamente relacionada con la maternidad que sería muy obvio sino por el reflejo desnudo de la FRAGILIDAD versus la FORTALEZA, PORQUE LOS CONTRARIOS NO SIEMPRE  SON CONTRARIOS, son absolutamente necesarios para encontar el equilibrio y tenemos la suerte de cargar con ambas y el desafio de aprender a pararnos en el centro! En eso estamos.

Maru.

jueves, 28 de julio de 2011

Para compartir


EL HILO DE ARIADNA

María del Carmen Calvo

                                                                                                  A Gilles Deleuze


¿De dónde a dónde lleva este hilo cuando se aleja del mito y cae sobre la vida cotidiana de todas las Ariadnas que caminan por las calles, que cuidan de sus hijos, consiguen su dinero, acaban de ser traicionadas por un amor o han empuñado el cuchillo de su propia traición? ¿Cómo se traza ese hilo cuando Ariadna empieza a amar a un hombre que ni conoce o cuando sueña con un amor que cuanto más anhelado, más lejano se vuelve?

¿De qué se trata ese hilo misterioso? Ariadna es una y es todas las mujeres puestas ante su destino. El hilo nos pertenece, va tejido en el alma de cada persona y contiene la savia de evolución que estará marcando nuestras rutas, nuestros puertos y los horizontes. Entre  los pliegues de una materia que nos define y en los despliegues del alma[1] que nos expande, ese hilo tiene que atravesar anudamientos, torsiones y extensiones para llevar adelante a cada Ariadna.

¿Hacia dónde va Ariadna sin saberlo? Hacia un  potente movimiento de la trama de su vida. Está por tomar una decisión, por hacer una metamorfosis con sus valores, sus afectos y su sexualidad[2]. Está llevándose desde un estado agotado, disuelto y suspendido de sí misma, como un “estado larvario”, hacia los movimientos propios de una mutación espiritual de su existencia[3]. Ahí está Ariadna, toda su simiente contenida en ese hilo que puede sacarla de su callejón sin salida si sabe torcerlo, que puede llevarla a su maravilloso laberinto. Ella podrá ir a una metamorfosis del alma y dejar caer las máscaras que con su rostro maquillado, taparon la pureza de sus gestos verdaderos. De la mano del amor, si Dionisio la espera.

Ariadna está en el filo de la navaja, parada en su línea de superficie ante el agujero de su profundidad instintiva, víscera hambrienta y caníbal, que atrapa objetos y sensaciones de plenitud para un vacío insondable, al mismo tiempo que construye fantasías dentro de un bao alucinado, donde arma figuras a adorar y conquistar para quedar a salvo de nada. De eso se trata la desesperación por lograr una máscara, quedar al resguardo de la propia profundidad que da miedo, de la decadencia que acecha si no se consigue el método, la templanza y la audacia para ir hacia lo alto sin perseguir a ídolos[4] de barro que crecen con la fuerza de la debilidad que tiene la ilusión. Ariadna, ya sola y decepcionada, espera. Sus hilos tejen un cuenco en su alma preparando la llegada del espíritu, que como un soplo, si se enlaza a su aliento, la hará viva.

Ha sido abandonada. La cornisa de su miedo tanto puede hundirla, como traerle brisas del mundo invisible de lo incorporal[5], esa gran máquina de fuerza que asiste a toda vida, que nos busca más allá de nosotros, con una potencia apta para enlazarnos a la lucidez, a la alegría y al amor. Nos golpea con sus formas más puras, ganchos al decir de Bataille[6], que desde lo invisible van guiando un camino que invita a salir del profundo fuego, vanidoso y ciego de la materia. Clarice Lispector le presta  sus palabras para que haga su travesía:

“Ayer, sin embargo, perdí durante horas y horas mi montaje humano. Si tuviese valor, me dejaría seguir perdida. Pero temo lo que es nuevo y temo vivir lo que no entiendo; quiero siempre tener la garantía de, al menos, pensar que entiendo, no sé entregarme a la desorientación. ¿Cómo explicar que mi mayor miedo esté precisamente relacionado con el ser? Y no obstante, es el único camino. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente el de ir viviendo lo que vaya sucediéndome? ¿Cómo se explica que no soporte yo ver, sólo porque la vida no es la que pensaba sino otra?, ¡como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué el ver produce una desorganización? Y una desilusión”.[7]

¿Podrá hacer el tejido en el interior de ella misma? ¿Podrá unir lo alto y lo bajo, el cielo que le fue dispuesto y el infierno que la habita? ¿Podrá tomar la fuerza del amor y cambiar un hombre por otro, un devenir por otro y amar cada vez más? Es una cuestión de devenir, de firmeza, serenidad e intensidad[8] de vida.

Ella se encuentra entre dos hombres, entre dos vidas, entre dos mundos, entre dos aspectos de sí misma. No hay entre-dos que no empiece por ser de uno mismo, y sus hombres encontrados no son otra cosa que dos horas de su mundo, dos estados de su alma, dos versiones de sí, creadas por las proyecciones de su interior y los reflejos de los acontecimientos que la esperan[9]. Ellos encarnan los rostros de sus propios simulacros saliendo por la superficie de su cuerpo[10]. Emanan sus anhelos por los poros de su piel, llamando al hombre en quien congelar sus ilusiones y dejar luego cautivo y estático el rostro del que le devolverá un sueño de ser y de vivir, cocinado con el fuego de su ciega profundidad. O por gracia recibida ella producirá el salto y esas imágenes anheladas irán a su deshielo y una revolución conmoverá sus vísceras hacia otro hombre, que llevará el rostro de un mejor estado de su alma. Siempre encontramos por afuera, el rostro que ya nos hemos creado dentro. Vivimos tan solo a la altura de nosotros mismos.

Ariadna y sus emanaciones. Algunas que satisfacen un hambre vanidoso y oscuro. Otras que deshacen tanto a la vanidad como a la oscuridad de su hambre. Un “genius”[11] viene de visita a la hora del nacimiento, una fuerza espiritual que entra en cada vida como una potencia en germen, como una inyección sobre el  mapa del origen, un flujo de fuerza para llegar a lo alto, que es al centro de nosotros mismos. Una suerte de procedimiento para asistir a ese ser bestial y vital que llevamos dentro y que hay que humanizar para hacer brillar nuestro “encanto”. “Genius” asiste si Ariadna insiste en querer ser asistida. Tan solo con un distraído tropiezo que la deslice de su ruta de todos los días, se abrirá una hendija al caosmos que nos rodea y genius provocará la atracción de modo irresistible[12]. Ariadna insiste.

Ella cambia de hombre. Cambia a Teseo por Dionisio[13] y se queda parada ante las puertas. Tiene vida pero aún embotada, bosteza en su orilla. Deshace sus nebulosas ignorantes y avanza a través de sus certezas. Moverá sus ojos, le hará nacer otros ángulos a la visión,  pujará por ella y por todas las mujeres también, si no se duerme su mente, si no se ofende su vanidad, si no se irrita la sensibilidad de ella y de todas. Háblale Clarice:

“Cuando pueda liberarme, iré sola. Por el momento, necesito aferrarme a esta mano tuya, aunque no consiga inventar tu rostro, ni tus ojos, ni tu boca. Pero, aunque mutilada, esta mano no me asusta. Su invención procede de tal idea de amor, como si la mano estuviese realmente sujeta a un cuerpo que, si no veo, es por incapacidad de amar más……Cuando pueda soltar tu mano cálida, iré sola y con horror. El horror será responsabilidad mía hasta que se complete la metamorfosis y el horror se transforme en luz. No la luz que nace de un deseo de belleza y moralismo, como antaño, cuando no sabía lo que me proponía; sino la luz natural de lo que existe, y es esta luz natural lo que me aterra”.[14]

Dionisio o Teseo han sido la disyuntiva que el corazón de Ariadna ha elegido para amar. Ellos habitan dos mundos diferentes, uno vive en el fluido de la danza incesante del ir y vivir, otro en el mundo de la belleza estática de las formas de poco vivir. Al contacto con Dionisio se sueltan las máscaras y se va plegando la vida hacia sus modos más sinceros. Al contacto con Teseo, se sostiene en cada acto el principio de individuación, resaltando triunfos y trofeos hacia la mejor apariencia y la más perfecta imagen. Seguimos oyendo a Clarice,

Hasta ese momento, no había comprendido totalmente mi lucha, tan sumergida había estado en ella. Pero ahora, por el silencio donde por fin había caído, sabía que había luchado, que había sucumbido y que estaba derrotada”.[15]

Ariadna cambia un hombre por otro y se cambia ella misma. Dionisio se interna en la vida y va con toda generosidad en el múltiple vaivén de la alegría y del sufrimiento. Teseo vive en su mundo competitivo soñando con erradicar su sufrimiento, con borrar todo signo de derrota, en su búsqueda maniática por la gloriosa apariencia.

Ambos hombres sufren. Un hombre sufre alegremente por la sobreabundancia de la vida. Vida es lo que toma este hombre, sin barreras ni resguardos. Esa es la chispa y el alegre color de sus metamorfosis. El otro hombre sufre por respirar una vida que siente injusta y mezquina. Encamina sus pasos en la búsqueda obsesionada por almacenar cuanto más pueda y encontrar al culpable de sus males, a quien enjuiciar y maltratar con su dolor.

¿No encarnan estos hombres a las fuerzas que Ariadna va a tener que pesar en su propio interior y por una de ellas decidir? Ella tendrá que encontrar el hilo que enhebre  su percepción, con el latido de su corazón y la decisión hacia la acción que realice. Tendrá que andar en su laberinto, sosteniendo el paso y la visión, sin desparramarse ni ahogarse con sus propios nudos. Ariadna aprenderá a “pensar”[16] y a encarar otro modo de vivir.

Se volvería muy pobre su vida si se encaminara a buscar culpables para su tristeza, torturas para su mente, o apresara su corazón con  rencores y sed de venganzas, en busca siempre de alguien, madre, padre, hombre, monstruo, hermano o laberinto mismo, que pague por un dolor que nunca aceptó merecer. Ariadna anhelaba su paz en Teseo, ese héroe consagrado cuyas palabras la han colmado de seguridad y cuyas promesas han sido tan potentes y certeras que la dejaron extasiada. Teseo mataría al Minotauro, que feroz reflejaba la miseria del mundo y la espina del alma de Ariadna. Borges le recuerda el dolor de su hermano:

“Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegará mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos”[17]. 

El Minotauro esperaba su destino, su cita con Teseo se acercaba y él podría al fin hacer estallar en pedazos su cruel identidad: ser ese espejo sucio y maltrecho de furias proyectadas, de odios depositados en el seguro laberinto ajeno a cada alma. Todos los hombres, jugando el juego de ser extraños a ese Minotauro que cada uno es, en la pesadilla de la propia conciencia. 

Ariadna está tan ilusionada con librarse de sí misma, que su amor por Teseo se vuelve inmenso. Ese toro que es su hermano monstruoso, le duele y la incomoda, la cuestiona y la desvela con los muertos que acumula. Ella tan cauta y perfecta, no quiere frente a sus ojos ese engendro que le presenta la lujuria de su madre en la monstruosidad del hijo. Sin dudas Teseo es maravilloso, le quitará  la visión de esa locura sin ley, sellando su alma con el premio del olvido feliz y la salvación por quien cuidará de ella. ¡Cómo no entregarse a un amor tan prometedor!

Para su sorpresa, Teseo la abandona. Ella que ha traicionado a su padre, que lo sacó del laberinto de su muerte y le dio la libertad en un hilo, ha quedado en medio de ese mar de decepción, confundida y aturdida,  sola y suspendida a la espera de morir o renacer. Allí en el limbo más lejano de su mundo, recibe la llegada de Dionisio. La danza divina de los dados se agita en su cielo, se ha producido una tirada para ella y llueve una oportunidad. Inesperadamente Ariadna tiene una opción para su vida: cambiar de rumbo.

¿No es acaso la isla ese lugar en donde Robinson cambia de mundo? ¿No es acaso esa isla desierta el lugar en donde se desvanecen las imágenes decoradas y cocinadas de la vida, esas imágenes calmantes en las cuales se sueñan salvaciones? ¿No fue Robinson quien en el abandono de ese mundo cosido a otros con quienes vivir las inseguridades y los miedos, observa la dimensión cruda de la vida, sus rayos y tinieblas, su radical pequeñez, el tamaño de su desvalimiento, y se entrega a “componerse” con una naturaleza que podrá salvarlo cuando él se salve a sí mismo?[18] Ariadna es en ese instante un Robinson frente a su destino. Su hombre llamado Viernes llega en el rostro de Dionisio que la envuelve con su música y la embaraza con esa melodía que la llevará hacia otro nacimiento. Los dados de su fortuna, aún flotando por el aire van haciéndole contorsiones a lo larvario del alma, a su germen vital. Ariadna puede nacer.

Tengo miedo de tanta materia, la materia vibra de atención…Lo que existe golpea en olas fuertes contra el grano inquebrantable que soy…¿De qué soy la semilla? Semilla de cosa, semilla de existencia, simiente de esas mismas oleadas de amor-neutro. Yo, persona, soy un germen. El germen sólo es sensible…El germen duele…..Está ávido y es experto…”[19]

¿Qué hombre llega con Dionisio? ¿Será una suerte de Heliogábalo, de Gregorio Samsa, un Barterbly rompiendo su fórmula y saliendo del vientre de una ballena? ¿Será Pessoa volviendo del desasosiego? ¿Tal vez Orlando caminando por los tiempos, una suerte de Saint Genet como nos los mostró Sartre? ¿O esta cucaracha kafkiana de Clarice Lispector? Ellos llegan con este Dionisio golpeado, dolido, ambiguo y cambiante. Molido el cuerpo a metamorfosis,  palpita su alma de tanto vivir en identidades heroicas y vencidas, femeninas y masculinas, dignas e indignas, triunfales y derrotadas. Guerrero, asesino, víctima y victimario, fue preso, ilegal y  ladrón; fugitivo, inocente y perdedor. Llega exhausto Dionisio a esa orilla, como quien llega al final de la travesía.

Pero Ariadna amaba a Teseo. Tan heroico caminando por las calles, arrastrando el carro de su agobio, torciendo su columna de tanto pesar, quejándose por una perfección y una tranquilidad que no llegan. No ríe, no juega, guerrea y protesta, compone sus posturas en el espejo, irrita su carácter y su alma se endurece. Todo el heroísmo empecinado, que no lo ayuda a  cambiar ni el mundo ni su mundo, ni el alma, ni el carácter. Sus rasgos harán un pergamino con su rostro y su sacrificio abrirá heridas que su mente bendecirá con una moral que agoniza en ideales y sentencias sin  por qué ni para qué. Este es el  hombre esforzado por el brillo de una imagen de sí mismo, que en nada vital y alegre se sustenta.

Teseo ha vivido postergándose, acariciando sueños por las noches y desgastes durante el día, en una lucha sostenida contra la naturaleza de las cosas, velando porque no ceda ni su omnipotencia ni su salud. Luchar contra el toro, ser heroico en cada empresa, erradicar el dolor de una mujer y matar en ella la furia de un hermano monstruoso anidado misteriosamente en su interior, no deja de ser una tarea titánica para un hombre. Así iba Teseo sobrevaluando sus fuerzas, desconociendo sus propios fantasmas y la furia secreta que tienen los monstruos ajenos. Caminando sin pensar, estrangulando con sus bríos sus únicos  hilos de salvación.

Deleuze sabía que éste era el hombre capaz de combatir con todos los  monstruos sin darse cuenta de su propia monstruosidad. Su rostro[20] estaba hecho de apariencia, deslealtad vital, mentira y traición de antemano. La mujer que ame a este hombre, ha puesto su alegría en una ruta peligrosa, su trampa en medio del camino y su deslealtad titilando en medio del sendero.

¿Qué le pasa a una mujer cuándo ama esperando ser salvada? Se vuelve madre, esposa, hija,  hermana, amiga, colega y compañera mutando siempre en falso, tomando las imágenes femeninas que ese hombre elegido necesita para sostenerse. Se va alejando del respeto por sí misma y casi sin darse cuenta, sus hilos vitales se pierden en ella y se anudan en torno a los anhelos y carencias de ese hombre. Queda una mujer reactiva al borde del odio, resentida, tensa e irritada por debajo de su calma, evaluando paso a paso qué hará ese hombre por ella, mirándolo de sol a sol, para que él no deje de sentir mientras respira, que es a ella a quien le debe todo. Virginia llega a los oídos de Ariadna:

“Debes iluminar tu propia alma, sus profundidades y frivolidades, sus vanidades y generosidades, y decir lo que significa para ti tu belleza y tu fealdad, y cuál es tu relación con el mundo siempre cambiante y rodante de los guantes y los zapatos y los chismes que se balancean hacia arriba y hacia abajo entre tenues perfumes que se evaden de botellas de boticario y descienden por entre arcos de tela para vestidos hasta un suelo de mármol fingido….”[21]. Virginia busca a una Ariadna transformada, “de modo que cuando os pido que ganéis dinero y tengáis una habitación propia, os pido que viváis en presencia de la realidad, que llevéis una vida estimulante, os sea o no os sea posible comunicarla….Debería imploraros que recordéis vuestras responsabilidades, la responsabilidad de ser más elevadas, más espirituales. Debería recordaros que muchas cosas dependen de vosotras y la influencia que podéis ejercer sobre el porvenir”[22]

Una romántica mujer que sigue acariciando ilusiones mientras mira a su hombre, va siendo inundada por una ráfaga vengativa del espíritu y el odio gota a gota comenzará a ocupar su vida. ¡Pega tu respingo Ariadna, sino terminarás con el mismo resentimiento del hombre que quiere construir su fuerza sobre imágenes de fortaleza, con su misma furia traicionera! Los dos terminarán llevando el peso de la misma enfermedad: amar imágenes débiles de la vida.

Una mujer en la isla de sí misma, rodeada del mar de su propia vida. Quedó pequeña y frágil, como se quedan los hombres frente a las grandes fuerzas impersonales que nos dictarán su desafío, que nos medirán el “cuenco” que hemos hecho para recibirlas en nuestro mayor vacío de vanidad, que es nuestra mayor grandeza. Fuerzas que se ríen de la prepotencia voraz de nuestra debilidad y cuidan de la pequeñez frágil de quien puede recibir lo que se le da y agradecer por lo recibido. Ariadna puede divinizarse. El azar la busca y la sacude. Tuvo suerte.[23]

Si Ariadna deja de amar a Teseo, él podrá quedar al fin con una opción frente a su propio destino, caer como un cristal estallando en el piso, como caen las imágenes iluminadas desde el exterior cuando llega la oscuridad de la noche. Sólo tiene fuerza y luz lo que hace nacer luz. Teseo aún no lo sabe, el hombre que él cree que es, está muy lejos de él.

Dionisio está amando a su novia. Pero ¿por qué querría una novia, si ya sobrevivió a lo peor? Para afirmarse. El llega sin morales ni costumbres sociales, desnudo de máscaras, tejiéndose con el hilo de la vida misma y del enfrentamiento con todas las fuerzas que lo envuelven. Si Ariadna asume su poder femenino, se afirmará también y ambos caminarán el laberinto de la vida como es, sin embaucar, sin esconder, enlazando sus cuerpos, con el aliento del paso que se da y no con las voces de las promesas por cumplir. El laberinto es la vida y se camina con amor[24].

Dionisio canta para las orejas de Ariadna. Entona la melodía del laberinto del alma, el sonido de su verdadera trama, la canción de la vida con la propia vida, si cada hombre deja penetrar a la música, haciendo el ritmo, afinando el tono, armonizando el compás. Amar es una  danza.

“He aquí que dedico esto al viejo Schumann y a su dulce Clara, que hoy ya son huesos, ay de nosotros. Me dedico a un color bermejo, muy escarlata, como mi sangre de hombre en plenitud, y por lo tanto, me dedico a mi sangre. Me dedico sobre todo a los gnomos, enanos, sílfides y ninfas que habitan mi vida. Me dedico a la añoranza de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno, y yo no había comido langosta. Me dedico a la tempestad de Beethoven. A la vibración de los colores neutros de Bach. A Chopin que me reblandece los huesos. A Stravinsky que me llenó de espanto y con quien volé en fuego. ¿A Muerte y Transfiguración, donde Richard Strauss me revela un destino? Sobre todo me dedico a las vísperas de hoy y a hoy, al velo transparente de Debussy, a Marlos Nobre, a Prokófiev, a Carl  Orff, A Schömberg, a los dodecafonistas, a los gritos ásperos de los electrónicos; a todos esos profetas del presente y que me vaticinarán a mí mismo”[25]

Ariadna ha tirado sus dados[26] y ha caído Dionisio. Su destino ha tomado la forma de este hombre y ella se encamina a su cita. Pero cuenta otra versión del mito, que Ariadna se ahorca con el hilo, porque no soporta el abandono de Teseo y en esa debilidad de su dolor, las fuerzas reactivas del rencor, se apoderan de ella y el terror la arrasa ¡Esto puede sucederte Ariadna! Es que las fuerzas reactivas son traicioneras y queridas. Gracias a ellas el hombre sueña y enamorado de sus sueños, cree que con justicia y venganza, cambiará las cosas afuera para lograr la calma, sin tener que aclarar su alma. 

El hombre de muchas Ariadnas tendría que seguir  matando toros para seguir aferrado a su imagen poderosa de hombre, para que ellas sigan aferradas a identificarse en el espejo de ese hombre y volverse maravillosas por el tamaño de la gloria de su elegido y no por su propia potencia. Muchas mujeres dan al hombre la imagen que él quiere recibir de sí mismo, toman con su apellido sus anhelos, a cambio de que ellos no les hagan sentir ni necesidades actuales, ni heridas mal cerradas de un pasado. Un hombre debe pagar con promesas esa entrega, hacer creer que es la encarnación de una fuerza protectora y tomar esa protección eterna para ellas.

Deleuze ama en la afirmación de Dionisio su rotunda consistencia. El es un antihéroe, una grieta en los moldes habituales y una consternación para las fórmulas establecidas. Afirmar es un baile celestial que invita a tomar la vida tal como viene. Asumirla es entrar en el devenir mismo de ser quien uno es, irrevocablemente en cada situación. Sin máscaras ni mentiras.

Pero nosotros, hombres y mujeres débiles, pobres de masculino y más pobres aún de femenino, ¿qué hacemos? Pedimos cambios en quienes amamos, soñamos con modificar la personalidad de otro, para evitar los dolores que nos causan sus modos de ser. Cada amor nos lanza a nuestra profundidad, a nuestros límites, a nuestra intolerancia, a nuestra furia o a nuestra derrota. El otro que se nos acerca, nos envía a vernos en el espejo de lo que somos. Ariadna quiere ahorcarse ante tal tarea. ¿Quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo?, serán preguntas indelegables. El primer paso hay darlo hacia uno mismo.

El minotauro ha muerto, Teseo se ha ido, ella está sola. ¿Ese era todo el desafío? La vida se le ofrece una vez más y ella puede aún al borde del agotamiento,[27] manotear alguna fórmula mágica para volver a calmar su aburrimiento y la desesperación que se produce a sí misma. Aludimos y eludimos el único trabajo existencial sustentable: llegar al agotamiento de nuestras ilusiones y hazañas fallidas para entrar en la transmutación. Se pide con desesperación la transmutación a los demás, para que nos colmen, nos calmen y nos liberen de nuestro agobio vital. Insistimos más en ver los barrales de las cárceles de otro, que en abrir las propias prisiones

Ariadna está en una trampa. El pensamiento deleuziano insiste con Nietzsche en la tirada de dados para abrir el juego de las fuerzas y salir de los atolladeros. Ella se captura en Teseo y desde dentro de sí misma, su heroica captura pide los alimentos del  héroe, sin abrir su mundo ni ser capaz de parir un mundo nuevo para ella. Teseo tiene  su propia monstruosidad, buscará a un cordero para sostener su gloria y a una Ariadna hechizada en sus falsas fortalezas. Sus egos acorralados, pobres y vanidosos, todo lo piden y nada entregan, todo lo buscan y nada encuentran,  todo lo mienten, capaces de morir en sus propios cautiverios.

Teseo y Ariadna están dentro de una gran jaula. No se dan cuenta, pero un gran sistema de captura[28] se cierra sobre sus cabezas. Capturas del poder, del saber, de la ilusión y de la fe, que definirán el modo en que pensarán, sentirán y se traicionarán. Capturas que van enlazándose sobre sus cuerpos y sus mentes hasta dejarlos en uno de los callejones sin salida que nos mostró Kafka, o si pulsara el azar, en el corazón de los laberintos que dibujó Borges.

Presta atención Ariadna. A lo lejos ya se escucha a Dionisio buscando a su novia: “Ariadna, yo soy tu laberinto. El azar se ha abierto para ti. Si dejas pasar esta jugada no perderás la oportunidad, tu misma te perderás como oportunidad”. Pero la gran mecánica es inconsciente, no hay una voluntad a la que Ariadna tenga que entregarse, ni una receta a seguir, tan solo unos ojos que abrir, unas orejas que dejen entrar la música, el ritmo y la melodía vital. ¿Qué la captura a Ariadna para que su vida y su alma corran el peligro de quedar suspendidas o boyando por falsos caminos una vez más? Ariadna está en el callejón de Kafka: ¿Se dará cuenta ahora? ¿Podrá ver que su mente avanza embotada, surcada por la lógica de sistemas de alta potencia de impregnación y contagio, que bloquean su sensibilidad y atan su fuerza vital?  Suceden las cosas en planos invisibles, tan cerca y tan lejos de Ariadna…Dile Clarice:

“Mas de mí depende el llegar libremente a ser lo que fatalmente soy. Soy dueña de mi fatalidad y, si decidiese no cumplirla, quedaría fuera de mi naturaleza específicamente viva. Mas si realizo mi núcleo neutro y vivo, entonces, dentro de mi propia especie, estaré siendo específicamente humana”[29]

Ella tendrá que encontrar esa intensidad que le dé un brinco a su limbo dormido y la arrastre con esas ganas de vivir a la altura de las acciones decididas[30]. Todo por una salida, por vivir a la altura de uno mismo. ¡Pídele a tu genio olfato para detectar y ojos para ver! ¿Quebrarás tu pensamiento sin quebrarte, agrietarás tus fantasmas e ilusiones sin romperte? ¿Lograrás vencer tu vanidad e ir a una gran salud[31], tan solo amando? ¿Cómo lo harás Ariadna? 

Ariadna hoy no está en una isla, camina por la ciudad y se detiene ante algunas vidrieras que se le ofrecen a su paso. Si  el libro se fuera a sus manos, si la pintura atrapara sus ojos, si la música limpiara sus oídos, ella abriría una grieta en la pared de su cárcel y un “aliado”, una suerte de Virgilio orientará el camino de su azar hacia un mejor destino, hacia el hombre que en otro rincón de la ciudad la está amando.

Ella quiere una vida mejor, quiere dar con esa delgada línea donde su cerebro sobrevolará el mapa de su corazón y con una ráfaga del espíritu golpeará las encrucijadas que la detienen de un punto a otro de su círculo vicioso[32]. Ella quisiera encontrar a su hombre. ¡Abre la ruta del alma[33] Ariadna!, que él camina alegre y ligero a tu encuentro. ¿Lo reconocerás?

¿Dónde encontrar lenguajes para expresarte? ¿Dónde estarán las palabras “llaves” de Carroll, para que des con lo que buscas, saber que lo buscas y reconocerlo al encontrarlo? Sostente  Ariadna y no te rindas. Busca en la literatura que fue escrita con la voz del espíritu deslizada en escasas manos, en la pintura que fue plasmada con la luz del alma, en la música que orquesta todas las esferas del ritmo para enlazar el alma y la vida. Busca que él viene por ahí.

¿Qué ves, Ariadna? ¿Te asustan las imágenes que algunos artistas le ofrecen al mundo y que en un minuto más harán temblar a tu mundo, mostrándote el rostro de tu verdadero hombre? La  potencia de lo falso y las crestas de lo verdadero están por llegar a tus ojos. ¿A dónde te llevará la música si la dejas ir por el laberinto de tus orejas? ¿Al ruido ensordecedor de tu cárcel o a la llave de tu caos armónico donde danza Dionisio para ti? Inténtalo todo y más, hasta llegar a una palabra potente, a una imagen ardiente, al sonido de tu vida. Y allí verás a tu Dionisio.

¿Soportará Ariadna encontrar lo que busca y transmutarse en relación con lo que pide de ella cada encuentro entre los pasos que ha dado y el fragmento de milagro que se le ofrece para vivir? ¿Verá a Dionisio allí? No es difícil encontrar, es más arduo asumir lo que se encuentra.

Las capturas mentales siempre se encargan de ofrecer sus falsas salidas para que las Ariadnas crean que han salido. Salidas en el éxito laboral, en las drogas, en las transformaciones por las cirugías plásticas, en los falsos romanticismos, las pobres hazañas, las pequeñas dádivas. Falsas salidas, tramposas mutaciones, para creer en el aire, sin respirar el aire. Ariadna no tiene que confundir las señales: estar más tranquila no es estar plena, descansar no es fortalecerse, distraerse no es despejarse. No debe soltar el hilo que ya serpentea en su interior. 

Las líneas del destino humano no cesan su movimiento y se modifican en cada evento. Se construye la vida o se degrada, se tocan las cimas o el “crack-up” de Fitzgerald[34] labra su infortunio. A veces una suspensión o un tiempo detenido dan lugar a una muerte o al amanecer de una espera. Ariadna espera su amanecer.  Dionisio lleva a la vida consigo, pero ella tiene que abrir su corazón para que él llegue a su destino. Dionisio la ama y espera a sus puertas, sin obligar, sin seducir, sin invadir. Su modo de esperarla es del color silencioso del amor. 

¿Podrán tantas Ariadnas arrojadas en la orilla,  mutar todos los valores y ser  capaces de crear una nueva manera de pensar y sentir? Ella tiene que hacer la jugada completa: tirar, soltar y recibir la novedad que la busca. Es necesaria su transvaloración. ¿Ariadna podrá silenciar su mente y quedar desnuda ante sí misma? ¿Podrá ser sincera y desde esa suspensión pensarse y actuar? ¿Tendrá ojos para ver a quien se acerca?

Ella puede entrar en el proceso grande del hombre, ir al desafío de su evolución,  a la visión del holograma de todas las cosas, a la corrección de su mente y la fortaleza de su cuerpo. Puede entrar en el proceso grande de amar, que no es otra cosa que entregar y agradecer una y mil veces por la multiplicidad que se ve y que se recibe. ¿Podrá rozar su propio Aleph?

Nosotros, hombres del resentimiento poblados de envidia, de mala conciencia no asumida, y de feroz individualismo, generamos una amplia gama de gurúes y sacerdotes, un tipo de hombres reactivos que viven indicando, culpando y culpándose, haciendo recetas de vida y administrando sus fórmulas. Crecen rebaños de Teseos prepotentes y ciegos, unos pocos Dionisios  consternados, alegres y golpeados y entre ellos van y vienen Ariadnas sometidas a la promesa de un Teseo seductor y temerosas de ese Dionisio que las conducirá a sí mismas.

Pues necesitaba a alguien que no fuese mezquino como yo, alguien que fuese mucho más grande que yo, hasta el punto de aceptar mi desgracia sin intentar siquiera la piedad y el consuelo, ¡alguien que fuese, que fuese! Y no, como yo, una acusadora de la Naturaleza, no como yo, una asombrada por la fuerza de mis propios odios y amores [35]. Insístele Clarice  

Pero camina cada día Dionisio por las calles, esa vida que bulle, tropieza y acierta, que se sostiene sobre sus dos pies, que se muestra sin disfraz y danza con frenesí al son del movimiento de la vida. Dionisio no mira lo pequeño ni acaricia lo mezquino; no pide y se entrega sabiendo que “la existencia es una danza que impulsa a danzar con fanatismo”[36]. Si Ariadna se une a Dionisio, empieza a danzar y la distinguiremos entre todas. Caminará por las calles a paso firme, a movimiento sereno, con gesto alegre y ardiente de vida.

“Pues existe la trayectoria, y la trayectoria no es sólo un modo de ir. La trayectoria somos nosotros mismos. En lo referente a vivir, nunca se puede llegar antes. El vía crucis no es un desvío, es el paso único, no se llega sino a través de él y con él. La insistencia es nuestro esfuerzo, la renuncia es el premio…..Renunciar tiene que ser una elección. Desistir es la elección más sagrada de una vida. Desistir es el verdadero instante humano. Y sólo ésta es la gloria propia de mi condición. La renuncia es una revelación”[37] 



[1] Hay un orden plegado en cada uno de nosotros, que como un código o mapa espera desanudar los hilos para su despliegue. Se puede consultar el estudio de Deleuze sobre Leibniz. El Pliegue. Leibniz y el barroco,  Paidos, Barcelona, 1989.
[2] El tema se encuentra desarrollado como proceso de espiritualización de las series sexuales, metódicos movimientos de pasaje de una primera a una segunda pantalla de inscripción, en Deleuze, G., “Del fantasma” y “Del pensamiento”, en Lógica del Sentido, Paidos, Barcelona, 1994. Respecto de los obstáculos de este pasaje para desarrollar las metamorfosis, son pertinentes los planteos sobre “el sacrificio”, en Girard, R.: La Violencia y lo Sagrado. Anagrama, Barcelona, 1995. Cap. I y II
[3] El “sujeto larvario” es un concepto de alta operatividad para el movimiento de la transmutación en pensamiento de Deleuze sobre Nietzsche.  Hace a ese momento de posibilidad máxima de metamorfosis, similar al estado embrionario en el que la cantidad de modificaciones va siendo tan veloz como extrema. Se asemeja el estado larvario al núcleo, germen o semilla de sensibilidad. El tratamiento del tema se encuentra en Deleuze, G.: Diferencia y Repetición, Amorrortu, Buenos Aires, 2002. pp. 323-330. Para un desarrollo más general del tema, Sauvagnargues, A.: “Embriones y Sujetos larvarios”, en Deleuze, del animal al arte, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. 46.
[4] El desarrollo específico del simulacro del ídolo de las alturas se encuentra en Deleuze, G.: Lógica del Sentido, Ob. cit., pp. 219-220
[5] Deleuze, G: Lógica del Sentido. Ob. Cit.  En “Los efectos de superficie”, pp. 28-34
[6] Cfr. Bataille, G.: “Advierto ahora, al representarme el impulso de la caída, que nada existe en el mundo más que por haber encontrado un gancho. Ordinariamente evitamos ver el gancho….Pero con el gancho que ordena el universo, me he abismado en un juego de espejos infinito”. En “El Culpable”, en El Aleluya y otros cuentos. Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 84
[7] Lispector, Clarice: La pasión según G.H. Mulchnik, Barcelona, 1988, p. 12
[8] “El verdadero movimiento es firme, sereno e intenso”. En Deleuze, G. y Guattari, F.: Kafka, por una literatura menor. Ed. Era, México, 1978. La conquista de la sensibilidad, de las “lógicas de intensidad” como diferenciación de las lógicas discursivas y representacionales se vuelve central para Deleuze. El ser de la sensación hace a la dimensión que nos permitirá el acceso al grado cero de pensamiento, a la metamorfosis para salir del plano representacional de los simulacros hacia la conquista de mundos sensibles plegados. Con la pintura de Bacon penetra en esta lógica, ver Deleuze, G.: La Lógica de la sensación, Arena, Madrid, 2002. También se encuentran puntuados estos movimientos hacia las lógicas intensas en Calvo, M.: “Sensaciones y Cenestesias” y “Potenciar Vida”, en La complejidad de la vida, Pasco, Buenos Aires, 2006.
[9] Hay una delimitación entre la proyección que se hace de la profundidad y el reflejo que sobre las superficies corporales que realiza el acontecimiento en la reflexión de Foucault sobre el rizona de Deleuze y Guattari. En Foucault, M.: Teatrum Philosophicum, Anagrama, Barcelona, 1999
[10] Cfr. Klossoswski, P, Roberta esta noche. España, Ed. Era, 1989. Estudio profundo sobre los simulacros y los diversos rostros que emergen en una mujer al contacto con otros. Roberta muestra el proceso del juego de los simulacros en el camino hacia la revelación de su esencia ¿Quién es cada uno? “El que va quedando luego de atravesar muchas versiones de sí mismo”, dirá el autor. Concepto similar de Renée Char sobre lo múltiple de la identidad, “todo lo humano me pertenece”y  en la misma línea  “el yo es plural” de Proust. Se es uno y  todos, en el permanente fluido que va agotando  las máscaras.
[11] Cfr. Agamben, G., Profanaciones. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2005. Capítulo I
[12] El juego entre lo distraído y lo atraído planteado por Foucault respecto del afuera en  Maurice Blanchot. Foucault, M.: “El pensamiento del Afuera”, en Entre filosofía y literatura. Paidós, Barcelona, 1999. “Caosmos” es el concepto desarrollado por Guattari, F., Caosmosis, Manantial, Buenos Aires, 1992
[13] Cfr. Deleuze, G.: Crítica y Clínica, en “El hilo de Ariadna”. Ed. Anagrama, Barcelona, 1996.
[14] Lispector, Clarice, Ob. cit., p. 17.
[15] Ibidem, pág. 58
[16] Cfr. Calvo, M.: “Qué es pensar” en La Complejidad de la Vida, Ob. cit.
[17] Borges, J.: “La casa de Asterión” en El Aleph. O.C. Ed. Sudamericana, Bs As, 1974, pp. 569-570.
[18] Cfr. Deleuze, G.,  “¿Qué pasa cuando el otro falta en la estructura del mundo? Sólo reina  la brutal oposición del sol y de la tierra, de una luz insostenible y de un abismo oscuro: la ley sumaria del todo o la nada. Lo sabido y lo no sabido, lo percibido y lo no percibido se enfrentan de manera absoluta en un combate sin matices”. En“Michel Tournier y el mundo sin otro”, en Lógica del Sentido. Ob. Cit. p. 305 Para la cuestión de la “composición” entre la naturaleza de los seres en Spinoza, consultar en “Cartas del Mal”, en En Deleuze, G., Spinoza, una filosofía práctica, Tusquets, Barcelona, 2001, pp. 41-56.
[19] Lispector, C, ob. cit., p.121
[20] Deleuze, G: En “Año 0 – Rostridad” En Mil Mesetas. Pre-Textos, Valencia, 1994
[21] Woolf, V.: Un cuarto propio. Seix Barral, España, 1997, pp. 148-149.
[22] Ibidem, pp.182-183.
[23] La suerte es esa acción del azar sobre el hombre. Desarrollo puntual en  Bataille, G.: “El culpable”, en El Aleluya y otros cuentos. Ob. cit., pp. 84-85.
[24] “Es hacerse libre para pensar y amar aquello que, en nuestro universo, ruge desde Nietzsche; diferencias  insumisas y repeticiones sin origen que sacuden nuestro viejo volcán apagado; que desde Mallarmé han hecho explotar la literatura; que han figurado y multiplicado el espacio de la pintura; que definitivamente, desde Webern, han roto la línea sólida de la música; que anuncian todas las rupturas históricas de nuestro mundo.” Foucault, M., “Ariadna se ha colgado. Sobre G. Deleuze, Différence et Répétition”, París, PUF, 1969”, en  Entre Filosofía y Literatura,  Ob. cit., Volumen I, p. 328.
[25] Lispector, C: La hora de la estrella. Siruela, Madrid, 2000. p. 9
[26] Cfr. Nietzsche, F.: Así habló Zarathustra. Ed. Planeta Agostoni, Barcelona, 1992. p.180
[27] Hay un interesante trabajo sobre tres obras cortas de Beckett realizado por Deleuze en torno a la dinámica del agotamiento, como estado que ofrece una opción para la transmutación. Deleuze, G.: El Agotado. En Revista Confines N.3. Ed. La Marca, Buenos Aires, 1996.
[28] Cfr. Deleuze, G. y Guattari, F., Ob. cit. y “Tratado de  Nomadología: La Máquina de Guerra”, en Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-textos, Valencia, 1994
[29] Lispector, C.: La pasión según G. H Mulchnik, Ob.cit., p. 109.
[30] Foucault refiriéndose a Deleuze, “pensar intensidades en lugar de  (y antes que) cualidades y cantidades; profundidades en lugar de longitudes y latitudes, movimientos de individuación en lugar de especies y géneros; y mil pequeños sujetos larvarios, mil pequeños yos (moi) disueltos, mil pasividades y hormigueos allí donde ayer reinaba el sujeto soberano. En occidente siempre se ha rechazado pensar la intensidad. La más de las veces, se la ha plegado bajo lo mensurable y el juego de las igualdades; Bergson, bajo lo cualitativo y lo continuo. Deleuze la libera ahora con y en un pensamiento que será el más alto, el más agudo y el más intenso”. Foucault, M., “Ariadna se ha colgado”, en Entre Filosofía y Literatura, Ob. cit., p. 328.
[31] La gran salud es el tema tomado por Deleuze, G., “La literatura y la vida”, en Crítica y clínica. Ob. Cit.
[32] Estamos hechos de líneas. Unas líneas duras que trazan nuestros rígidos caminos de adaptación a la sociedad, unas líneas flexibles que a veces nos permiten ser más plásticos respecto de nuestras obediencias y un deber ser que se impone sobre el alma y las líneas de fuga que son las que traen el verdadero aire a la vida, la verdadera innovación, el verdadero movimiento hacia el devenir. Cfr. Deleuze, G. y Parnet, C.: Diálogos. Pre-textos, Valencia, 1997. El desarrollo sobre “el cerebro de sobrevuelo” se encuentra en Deleuze, G. y Guattari, F, ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993. En “Del caos al cerebro”
[33] La presencia de los aliados para el salto de plano, en “Devenir hombre, devenir animal, devenir imperceptible…”,  En Mil Mesetas, Deleuze y Guattari, Ob. cit.
[34] Cfr. Fitzgerald, F. Scott,  “Empecé a darme cuenta de que durante dos años mi vida había sido un despilfarro de recursos que de hecho no poseía, que había estado hipotecándome física y espiritualmente hasta el cuello” En El Crack- Up. Anagrama, Barcelona, 2003. p.109
[35] Lispector, C, La pasión según H. G. Mulchnik, Ob. cit, p. 115
[36] Bataille, G.: La conjuración sagrada. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2003, p. 229.
[37] Lispector, C, ob. cit., p. 154

¿Quiénes somos realmente las mujeres en esta época de tanta confusión?





¿Quiénes somos realmente las mujeres en esta época de tanta confusión? Esposas, hijas, madres, abuelas, amas de casa, empleadas, empresarias, amantes, materia o espíritu. Este idea surgió a partir de un libro sobre las Mujeres en China y sus voces silenciadas, pero me di cuenta de que no importa en la parte del mundo que te encuentres ni el rol que ocupes en el hay muchas voces e historias silenciadas. Un espacio para romper el silencio, para que los gritos ahogados no queden enquistados, en el ser vagando sin rumbo. Para que tu dolor o tu alegría tengan un espacio donde fluir, quedar en el aire para ayudar o ayudarte, sin juicios ni miradas ajenas ni propias. Que generemos un espacio de reflexión donde puedan ir naciendo los seres reales sin máscaras culturales o sociales asignadas. Desprendernos un rato de nuestra mente, y comprender la profundidad de nuestros sentimientos. Preguntarnos y si es posible llegar a una conclusión de quienes somos. 
Gracias a todas las mujeres maravillosas, genialidades del universo, que me han ayudado a surgir.